Desigualdades de género en el Sur y el Norte: compartiendo una misma realidad


Por Sara Cuentas.-

Las diferencias entre los sexos y la desigualdad están estrechamente ligadas. ¿Por qué? Porque la diferencia mutua entre hombres y mujeres se concibió como la diferencia de las mujeres con respecto a los hombres cuando los primeros asumieron el poder y se determinaron como el modelo de lo humano. Desde entonces, la diferencia sexual ha significado desigualdad legal y real en perjuicio de las mujeres.

Esta desigualdad podría haberse dado en contra del sexo masculino si el parámetro de lo humano hubiese sido a la inversa. Pero, está probado en la práctica que la jerarquización se hizo y se hace a favor de los hombres. Lo que no quiere decir que los hombres se organizan concientemente con esta idea, sino que así se construye socialmente el sistema patriarcal para hombres y mujeres.

Es más, en todas partes y en la mayoría abrumadora de las culturas conocidas, en el Norte y en el Sur, las mujeres somos consideradas, de alguna manera o en algún grado, inferiores a los hombres.

Cada cultura hace esta evaluación a su manera y en sus propios términos, a la vez que genera los mecanismos y las justificaciones necesarias para su mantenimiento y reproducción perpetuando las desigualdades de género.

Sin embargo, a pesar de que en cada cultura el grado de inferioridad de las mujeres con respecto a los hombres y los argumentos para justificarla pueden ser distintos, todas las culturas conocidas tienen algunos rasgos comunes o causas comunes que generan las desigualdades de género (Janet Saltzman/ Alda Facio). Se pueden identificar cuatro aspectos de esta realidad compartida:

1) Una ideología y su expresión en el lenguaje que explícitamente devalúa e invisibiliza a las mujeres dándoles a ellas, a sus roles, sus labores, sus productos y su entorno social, menos prestigio y/o poder que el que se le da a los de los hombres;
2) Significados negativos atribuidos a las mujeres y sus actividades a través de hechos simbólicos o mitos, que no siempre se expresan de forma explícita; y
3) Estructuras que excluyen a las mujeres de la participación en, o el contacto con los espacios de poder, o donde se cree que están los espacios de toma de decisiones en lo económico y lo político como en lo cultural.
4) El pensamiento dicotómico, jerarquizado y sexualizado, que lo divide todo en cosas o hechos de la naturaleza o de la cultura, y que al situar al hombre y lo masculino bajo la segunda categoría, y a la mujer y lo femenino bajo la primera, erige al hombre en parámetro o paradigma de lo humano, al tiempo que justifica la subordinación de las mujeres en función de sus pretendidos “roles naturales”.

La subordinación femenina, el hecho de que exista y que involucre los ámbitos de la sexualidad, la afectividad, la economía y la política en todas las sociedades, independientemente de sus grados de complejidad, da cuenta de que estamos ante algo muy profundo e históricamente muy enraizado, algo que no podremos erradicar con un simple reacomodo de algunos roles en lo sexual o social, ni siquiera con reorganizar por completo las estructuras económicas y políticas.

Instituciones como la familia, el Estado, la educación, las religiones, las ciencias y el derecho han servido para mantener y reproducir el estatus inferior de las mujeres, tanto en el Sur como en el Norte.


Sabemos que una ideología es un sistema coherente de creencias que orientan a las personas hacia una manera concreta de entender y valorar el mundo; proporciona una base para evaluar conductas y otros fenómenos sociales; y sugiere respuestas de comportamiento adecuadas. Una ideología “sexual” es, entonces, un sistema de creencias que no sólo explica las relaciones y diferencias entre hombres y mujeres, sino que toma a uno de los sexos como parámetro de lo humano.

Basándose en este parámetro, el sistema patriarcal especifica derechos y responsabilidades, así como restricciones y recompensas, diferentes e inevitablemente desiguales en perjuicio del sexo que es entendido como diferente al modelo, en este caso las mujeres. Además, el sistema patriarcal justifica las reacciones negativas ante quienes no se conforman, asegurándose así el mantenimiento del estatus quo y perpetuando las desigualdades de género.

Así se ha consolidado el Patriarcado, que alude a un sistema de dominación. Aclaro que el Patriarcado no es una unidad ontológica, es decir que no es una realidad que tenga un nacimiento natural, ni que los hombres que se reúnen en una comunidad se organicen como un grupo patriarcal, sino que el patriarcado es una derivación social construida históricamente, por tanto, no es una forma naturalmente espontánea de organización masculina.

Los hombres no tienden naturalmente a ejercer el poder, sino en tanto se les socializa para el poder y a las mujeres para el no poder. Todavía en muchas sociedades, en mayor o menor grado, los hombres son reconocidos como sujetos políticos y sujetos de razón a diferencia de las mujeres que no son reconocidas ni como sujetos políticos ni como ciudadanas.

Las ideologías patriarcales no sólo afectan a las mujeres al ubicarlas en un plano de inferioridad en la mayoría de los ámbitos de la vida, sino que restringen y limitan también a los hombres, a pesar de su estatus de privilegio. En efecto, al asignar a las mujeres un conjunto de características, comportamientos y roles “propios de su sexo”, los hombres quedan obligados a prescindir de estos roles, comportamientos y características y a tensar al máximo sus diferencias con ellas.

Como dice Marcela Lagarde, “de seguir por esta senda ideológica: la dominación patriarcal se agudizará y se ampliará la brecha entre mujeres y hombres, aumentarán la feminización de la pobreza, la marginación de las mujeres, el feminicidio. Aumentará también la disputa patriarcal entre los hombres y con el neoliberalismo se agudizarán el machismo y la violencia de unos hombres contra otros.

Por qué es tan difícil para los hombres y muchas mujeres entender el patriarcado. Porque lo llevamos adentro, lo hemos internalizado. Y porque destruirle es atentar contra lo que somos y hacemos.

Sin embargo, la dominación para las mujeres tiene nombre: masculinidad, es parte de nuestra vida en todas sus dimensiones, se expresa en cada pequeño acto cotidiano, pero a la vez es tan invisible que apelamos a la negación para evitar el malestar que nos produce.

La opresión de las mujeres no es una distorsión del sistema actual, es parte y esencia del mismo, así que hablar de la inclusión de las mujeres en el desarrollo, nos debe llevar a preguntarnos y reflexionar: ¿De que desarrollo hablamos?, ¿A costa de quién? ¿Un Desarrollo de mínimos? ¿En medio del mercado excluyente y marginador? ¿O tenemos que cambiar primero el sistema patriarcal?

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