La evaporación de las buenas intenciones en las ONGD


Clara Murguialday
Economista especializada en desarrollo y cooperación internacional, forma parte del Consejo de Coooperación al Desarrollo del Gobierno español (artículo extraído de la revista La Magalla (FCONGD)

Hasta hace poco tiempo,el argumento preferido de las ONGD para justificar su escaso o nulo trabajo por la equidad de género era su ignorancia. Confesavan sin pudor que desconocían qué significaba esto del género, que no sabían como incorporar esta visión en sus proyectos o que en la organización no había nadie formado en estos temas. Se han producido cambios significativos?

Aquellos que, desde fuera o desde dentro de las ONGD, s’han obstinado para que el trabajo para el desarrollo genere más equidad, han debido dedicar muchas energías a hacer cursos y talleres para formar a las ONGD sobre cuestiones relacionadas con el género y el desarrollo.

En los últimos años, mujeres d’ONG y grupos feministas de países del Sur han completado el trabajo de estas pioneras, llegando hasta aquí a explicarnos no sólo cómo trabajan en el empoderamiento de las mujeres sino, sobre todo, el poco servicio que tiene una cooperación internacional que no se fija en la erradicación de las desigualdades entre mujeres y hombres ni en el fortalecimiento de sus organizaciones.

Actualmente son pocas las ONGD que confiesan abiertamente su ignorancia sobre estos temas. Para bien o mal, los organismos de la cooperación no gubernamentales –también los gubernamentales- han llegado a llenarse de un discurso políticamente correcto y técnicamente informado sobre los asuntos de la equidad de género en el desarrollo, ya se asume con relativa convicción que este trabajo ha detener entre sus objetivos el de avanzar hacia una mayor igualdad entre mujeres y hombres, porque pueda considerarse mínimamente transformador. Además, quien más quien menos, ya sabe que los roles que mujeres y hombres ocupan en sus familias y sus comunidades son diferentes, e incluso maneja con cierto desparpajo categorías tan abstractas como las de necesidades prácticas e intereses estratégicos de género.

Cuando me levanto optimista, me atrevo a afirmar que se ha adelantado mucho en la última década, que la mayoría de las ONGD ya han dejado de ver las mujeres del Sur como personas vulnerables necesitadas de asistencia, o únicamente como fuerza de trabajo que hace falta movilizar por sacar sus familias de la pobreza y por generar servicios colectivos de bajo coste a sus comunidades, y empiezan a considerarlas como un colectivo social al cual se le vulneran cotidianamente los derechos y como la parte perdedora de unas relaciones de poder con los hombres que les impiden acceder a los recursos que necesitan para autodeterminar sus vidas y sus intereses.

Pero si me pongo realista, debo reconocer que, para la mayoría de las ONGD, este camino está a sus inicios. Aunque podríamos esperar que lucieran un afán entusiasta por adelantar en este camino, es fácil constatar que expresan demasiadas dudas, resistencias pasivas o simplemente posiciones cuando se les insiste que aceleren el paso de la marcha. Son comprensibles los temores, pero no se justifica la tranquilidad con qué se toman el reto. Porque esta tarea requiere importantes cambios en las concepciones, estructuras, hábitos y actitudes, personales y colectivas que predominan en las organizaciones de la cooperación.

Las ONGD son instituciones sociales generizadas, es decir, organismos complejos que generan, mantienen y reproducen las relaciones de género vigentes en la sociedad que asignan a las mujeres menores cuotas de recursos y poder que a los hombres. Según Bina Agarwal, las organizaciones sociales son “lugares de cooperación y conflicto en materia de género, porque en toda organización hay formas múltiples y contradictorias d’entender la igualdad entre mujeres y hombres”. Conviven en un mismo organismo discursos orientados a promover el cambio (por ejemplo, los favorables a erradicar la violencia de género y otras manifestaciones de las jerarquías de género) con otros dirigidos a preservar el estatus quo (por ejemplo, los discursos de resistencia al cambio haciendo acusaciones d’injerencia cultural).

A causa de estos temores y resistencias, hasta hoy el balance de los esfuerzos de las ONGD por integrar la perspectiva de género en sus concepciones, funcionamiento y cultura organizacional presenta más sombras que luces. Algunos de los indicadores que mejor demuestran los limitados adelantos en este campo son: a) la carece de una política de género que esté integrada en la política general del organismo, después de haber sido discutida por todo el personal y aprobada por sus instancias de dirección; b) la ausencia de espacios de género institucionalizados y legitimados por impulsar cambios organizacionales en pro de la equidad de género; y c) los escasos recursos financieros, humanos, técnicos y de tiempos destinados a la formación y el debate sobre temas de género.

Estos resultados prácticos tan limitados también están relacionados con el que algunas teóricas del enfoque del Género en el Desarrollo han denominado “la evaporación de las políticas de género al si de las instituciones dominadas por los hombres”; un proceso mediante el cual las buenas intenciones respeto a la equidad de género expresadas en los documentos más generales de la política institucional, desaparecen cuando se empiezan a abordar las estrategias concretas que darán forma a los programas y proyectas de este organismo. Según Longwe, las estructuras y la cultura – hegemonicamente masculinas- de una organización, trituran las ansias de igualdad cuando se pasa del nivel declarativo al nivel operativo, y hacen que un discurso sensible hacia la equidad de género resbale (sin que nadie sepa cómo, ni se sienta responsable por esto) hacia una práctica centrada en las mujeres, a las cuales se ve como un colectivo falto de relaciones de género.

Las ONGD y las agencias del desarrollo en general, “rápidamente pasan de hablar de género, que es una relación social, a referirse al bienestar de las mujeres, y dejan así a los hombres –e implícitamente las relaciones desiguales de poder fuera del análisis”, concluye White en su revisión del impacto de la cooperación sobre las relaciones de género. La tendencia a desplazarse desde la retórica de la equidad a la realidad de los proyectos para mujeres, muestra la facilidad con qué el discurso de género se traduce en actuaciones que sugieren que las ONGD están más interesadas por las mujeres pobres que por la equidad de género en sí misma. Al final, queda la duda de como es de firme su compromiso con la apuesta de un desarrollo centrado en las mujeres y que sea capaz de promover su empoderamiento en el marco de relaciones igualitarias.

Tengo la sospecha que estos procesos de evaporación y deslizamiento que hay en las ONGD no son ajenos a la división sexual del trabajo que hay dentro de ellas. Como no podía ser de otra manera, las ONGD reproducen en su estructura organizativa la división sexual del trabajo que existe en la sociedad, y la expresan de maneras particulares de las cuales sus integrantes a menudo no son conscientes, pero que ayudan a entender algunas de las resistencias al cambio que presentan estas organizaciones. Me refiero, en concreto, a la tendencia que se hace más evidente a medida que las ONGD se profesionalizan y crecen en personal contratado y en recursos, a organizar el trabajo y el ejercicio del poder de una forma que, a grandes rasgos, se podría resumir así:

A. Las tareas de dirección y decisión, de representación pública y de participación en espacios de interlocución con las administraciones públicas, son mayoritariamente ocupadas por hombres de una cierta edad con experiencia política, notable dedicación y disponibilidad de tiempo, capacitado de elaboración teórica y de debate, que ocupan cargos sin remuneración a los cuales han llegado (o en los cuales se mantienen) más por su carácter de fundadores de la organización (o por acuerdoa través de las redes informales de lealtad masculina), que por elección democrática o concurso de méritos abierto y transparente.

B. Los trabajos técnicos relacionadas con los proyectos, la sensibilización o la educación para el desarrollo y las tareas administrativas, son cada vez más ocupadas por mujeres jóvenes con formación técnica (masters en cooperación o gestión de ONGD, idiomas), que aceptan condiciones de trabajo y remuneración tan precarias como es habitual al mercado de trabajo actual (si no más) y no disponen de oportunidades por promocionarse a cargos directivos. También son mujeres jóvenes el grueso del voluntariado más activo y, según estudios realizados entre las ONGD vascas, las mejor formadas en temas de género (si no las únicas).

Esta división sexual del trabajo es, según mi parecer, la pared dónde choca y rebota la pelota del cambio organizacional a favor de l’equidad de género en las ONGD. Mientras la incorporación de la perspectiva de género al trabajo de cooperación se concreta en la adquisición de habilidades técnicas por hacer proyectos sensibles al género, las organizaciones pueden exhibir sus buenas intenciones y su discurso pro equidad sin
ningún coste y con evidentes beneficios. Pero las resistencias afloran cuando se trata de promover el cambio en sus estructuras y su cultura organizacional, porque estos son los ámbitos que mejor reflejan la desigualdad de poder entre hombres y mujeres dentro de las ONGD.

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